Preguntas, preguntas.

 

Obsesivamente se busca descifrar el color del cielo, la nada, el abismo, le damos el color negro a lo que desconocemos, pueda que sea por la razón de asociar el cerrar los ojos con el no conocer lo que se observa. Cerrar los ojos como medio de seguridad para no ver el presente. Dar un color, un nombre, una tarea adámica, el pensar en las forma que pueden dar paso a nombrar algo, a darle un sentido, un motivo para mantenerlo en la memoria y citarlo desde el pasado siempre que se observa. Esa extraña forma de saber que el pasado nos permite vivir en la realidad, crea ese archivo interminable de lo visto, para no perdernos, re conocer lo que pasa frente a nosotros. ¿Cómo interpretas estás palabras que digo ?, ¿ A qué te recuerda?, ¿Cabe en tu memoria un recuerdo mío cuando lees?.

La tarea de tomar nota y escribir sobre lo que se lee, una cita relevante, anotar cualquier idea que se desea leer a los otros o bien conservar como registro de una lectura que ha sido agradable, porque para la memoria es más importante tener presente la forma de una taza, de una ventaja que la obstinación de Bartleby por transcribir documentos o bien lo que pensaba aquel hombre encerrado en una habitación narrada por Paul Auster en el viaje al scriptorium. Que sentido tiene saber el color de las cosas, será que los griegos sabían que el azul era un color y no una tonalidad rojiza como pensaba que el mar era similar al color del vino, había Adam olvidado darles ese color, el color magenta del mar, o es posible que nosotros aún no sepamos el color del cielo y digamos que es azul, celeste o turquesa, cuando pueda que sea un color desconocido o que no sepamos nombrar, pueda que el color del cielo sea como esas emociones tan abstractas que nos corresponde entender sin verlas, solo nombrarlas, y llevarlas en la memoria a corto plazo con la figura de un lápiz o de un vaso con agua.





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