Susana san Juan.

 

San Marcos la laguna.

 

A centenares de metros encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo, estás escondida tú Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divida providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y a donde no llegan mis palabras.

Pedro Páramo.

 

Me apareces como un fantasma entre sueños, desde las minas a donde te mudaste a guardar silencio, me sonríes y me sirves un  café bajo la lluvia, escondiendo tus delgadas manos, para que yo pueda olvidar cada una de tus respiraciones, porque me dices que hay que olvidarse, como se olvida todo en Comala, como se entierra a los muertos visitándolos una vez al año para llevarle flores, repitiendo siempre lo buenos que era, aunque nunca se les pudo decir cuando su alma aun revoloteaba en el cuerpo, porque me dejas perdido acá en esta oscuridad de tus deseos, en el pausado enojo de tus manos que empuñas hasta el dolor.

Que manos tan dulces y claras tienes, como un recuento de las nubes en el cielo, tan nocturno como tus ideas, sabes que te escribo en medio de una tormenta de visiones, de lluvia de golondrinas, de agua de miel, de fermentos, del sabor a alcohol que rechazas, pero así buscamos la respuesta de nuestro corazón. El frio de estas noches me atraviesa la piel con tanta fuerza como a ti te atraviesan las dudas, en aquella tu noche, la noche que se repite, las penumbra de las madrugadas donde tu voz es una guía para mis ojos que han salido del insomnio, de la culpa, del secreto y de la soledad, me has dicho que para no sentirse en ese momento de vacío cuando se siente el abandono en el tiempo hay que evitar que nuestros alientos no estén lejanos, no estén en la lejanía de los seres que buscan estar en la distancia para sobrevivir, pero también esperar la muerte juntos bajo el abrazo de la necesidad, también es amor.

Cigotos como soles nacen en tu vientre con cada palabra que dejas en mi pecho, querida Susana, Susana san Juan, tu que no olvidas, tu que permaneciste en los lugares que todo decidían moverse, en una alta montaña en la quietud del silencio desolador, cuídame den los días de felicidad que yo te cuido en las mañanas donde no nace una sola flor, yo corto con estrellas tus infiernos, yo humedezco con agua de constelaciones la sequedad de tus desiertos.

Llévame en tus sueños, en tus dudas, en tus incertidumbres, que en el amor y en los temores nos hemos llevado a los lugares más lejanos donde se albergan las pléyades y los unicornios del primitivo libro de Job, llévame donde te despojas de tus claridades, para dormir en nuestros sueños.

 

 

 

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